martes, 6 de enero de 2015

Relectura de la memoria y otras cuestiones.

Gracias a una conversación virtual con alguien a quien conozco desde hace más de diez años, me di cuenta de que hay ciertas personas y ciertos recuerdos que con el paso del tiempo se van pareciendo cada día más a libros que una vez leídos quedan arrumbados, olvidados, sustituídos.

Recuerdo un pasaje en "A donde el corazón te lleve" de Susanna Tamaro donde la abuela explica que al escribir o al describir no nos queda de otra más que usar el mundo que más tenemos presente, que generalmente resulta ser en el que más nos movemos. En su caso se trataba de la cocina, en éstos últimos meses he leído tanto que al tratar de explicarle a esta persona con la que estaba conversando el ejemplo que usé lo extraje del mundo de los libros: un evento que puede ser triste, traumático, profundamente sincero y con ramificaciones profundas en lo que ahora es mi presente y mis creencias lo veo ahora como una de esas historias que leía de niño en esos libros de "Elige tu aventura" que te permitían escoger las acciones del protagonista e implícitamente el final de la historia. Esos cuentos ya están deslavados en mi memoria, si volviera a encontrarme con ellas (como sucedió hace un par de meses: un vendedor de libros viejos a la salida de una estación de metro me vendió uno por 15 pesos) no las reconocería, las vería a la distancia y con un ojo crítico diferente, como las relecturas.

Quizá esa sea una más de las aportaciones de la literatura en mi vida: la capacidad de hacer relectura de las historias propias, en primer lugar, de las ajenas en segundo término.

Habría que validar si esa característica es propia de la literatura o si se puede hacer lo mismo con la música, la pintura, las escénicas o el cine. Yo no lo creo: el cine a mi gusto pierde más de la mitad de la fuerza en una segunda exhibición: si hacemos una torpe transitividad podríamos decir que es similar en el teatro donde el suceso se presente frente a tí en una sola exhibición que te da una impresión duradera -o no.
     (habrá quien argumente que en una segunda sesión se pueden apreciar detalles que no se percibieron en la primera ocasión: eso es correcto, sin embargo la sorpresa, el suspenso, el golpe final o meollo del asunto se nos ha dado de antemano, y ¿quién se molesta en escribir una guión de cine o una obra de teatro sólo para que la gente aprecie los detalles?

¿Obras plásticas? ¿Pueden tener una relectura? O es quizá que el poder de la obra es justamente el fijarse en la memoria y el corazón del espectador, que cuando no es también ejecutante se queda con la imágen en la memoria y nada más: el pintor o el escultor revisitan para estudiar, para analizar, para imitar. Como esos estudiantes de dibujo o pintura que visitan los museos (o solían hacerlo cuando yo iba a los museos hace algunos años) y pasaban horas haciendo "estudios" del original.

La relectura de la música es más complicada, porque la música (y no creo ser el único que lo piensa) ya no se escucha realmente: muchos la usan como "soundtrack" de la vida, como lo que sobrelleva el tedio en el transporte, en el trabajo: el gran y trillado ejemplo son los adolescentes en las cenas incómodas en familia. Sin embargo, es evidente que los seres humanos amamos la música y el sonido y nos rodeamos de él: volver a escuchar el "tema" de apertura de una caricatura querida nos remite a esa época; los que seguimos siendo cursis no podemos olvidar a los primeros amores -torpemente evitados de otro modo- al escuchar la canción de moda en esos días en que paseábamos de la mano de la persona entonces amada o que se escuchaba de fondo en el café el día en que se citaron para discutir el darse un tiempo que se extendió indefinidamente.

Las bodas fallidas, los plantones de la pareja, esas escenas detestables de celos (propias), aquellos funerales que rayaron en lo cómico o aquellas escenas de sexo que terminaron en lágrimas: todas son material para las historias en la memoria. Sí, esto es un lugar común pero no le temo: el grueso de la población -aquellos que no escriben- son justamente los que le dan la categoría de "lugar común": son los que sienten que sus recuerdos se apilan en la memoria desordenadamente.

Al darme cuenta de que la historia se terminó, de que se ha cerrado el libro y ha seguido otro y quizá otro más o tres más al mismo tiempo, reafirmo mi creencia de lo triste y desesperante que debe ser vivir sin arte y literatura: sin islas ni puertos a donde llegar, sin mapas que consultar o sabios a quienes preguntar: la gente con la que trabajo es justo así: gente que probablemente sea "buena" pero que se me antoja triste por el hecho de vivir en esa historia sosa que es el trabajo de oficina, cuyo clímax será el último pago de la casa o la última colegiatura de los hijos, rematado con el inevitable lugar común de nosotros como personaje: la muerte.

¿Cómo hacer para reescribirles la historia, para invitarlos a la relectura de su personaje?

Misterio.